Reseña escrita por Jesús Ferrer y publicada originalmente en La Razón el 11 de enero de 2017.
Una de las más personales, independientes y atractivas voces literarias de la actual narrativa española es la de Ernesto Pérez Zúñiga (Madrid,1971). Inserto en un particular realismo simbólico que incluye hábilmente elementos oníricos, referentes visionarios y sugerencias metafóricas, su escritura no obvia el testimonialismo crítico ni la denuncia social. Así lo reflejan novelas como «El juego del mono» (2011), una intriga con escritor secuestrado, drogas, contrabando y metaliteratura en sugestiva mezcolanza; o «La fuga del maestro Tartini» (2013), pintoresca recreación de la vida del músico italiano del siglo XVIII que da título al libro, por citar tan sólo dos recientes obras que jalonan una ya sólida trayectoria fabuladora.
Con «No cantaremos en tierra de extraños» nos adentramos en el rechazo de la violencia totalitaria que azotó el pasado siglo, un alegato en favor de la iniciativa personal y la libre conciencia, así como la decidida defensa de la esperanza vital, de la confianza en el porvenir. La acción se sitúa en 1944, en el hospital francés donde se conocen, convalecientes, Manuel Juanmaría, anarquista andaluz, refugiado republicano, ingenuo, soñador y atormentado por los horrores vividos en la reciente Guerra Civil española, y Ramón Montenegro, sargento de la mítica compañía Nueve del ejército francés que, integrada por republicanos españoles, contribuyó a la liberación de París.
Cínico, intrépido, antiguo profesor de literatura, carlista antifranquista por sus avanzadas ideas sociales, este arrogante personaje ostenta en su apellido una de las claves de esta historia: su vinculación al universo de Valle-Inclán. Todo un paisaje de «meigas», ancestrales leyendas, boscosos parajes y ensoñados espectros da sentido a un relato de claro aliento épico y no menor impulso sentimental. Porque la trama se centra en el viaje que ambos amigos emprenden tratando de encontrar, en la dura España de postguerra, a Ángela, la amada mujer que obsesiona a Manuel: «Ya que perdimos un país, salvemos a una persona».
Su lugar en el mundo
Este itinerario no es sólo geográfico, sino también vital y emotivo, dando pie a un relato de aventuras fronterizas con el maquis acechante, imágenes del western clásico –«La diligencia», de Ford y su protagonista, Ringo Kid, emblemas de la mitografía heroica– descripción crítica de un maltratado colectivo rural y sorprendente sucesión de clandestinas peripecias.
Estos personajes, zarandeados por un trágico devenir histórico, tratan de encontrar su lugar en el mundo: «El tiempo es un desierto que uno llena con sus actos. Los míos me llevan a intentar un regreso no sé adónde y no sé a cuándo», señala Manuel. Y, de paso, otros temas cohesionan esta interesante novela: la quimera del regreso del exilio, la añoranza del país natal, el atormentado recuerdo de las atrocidades de la guerra, el impulso asesino en cualquier bando bélico, el carácter redentor del amor o la constante amenaza de la muerte violenta. El propio autor manifiesta la admirada influencia de Cervantes o Bécquer, pero hay otro determinante ascendente en esta historia de lances y desafíos, gestas y desencuentros: Pío Baroja, evocado aquí por el brioso pulso narrativo de estas páginas y su insuperable ritmo argumental. Una lograda ficción ésta sobre el heroísmo civil, las motivaciones sentimentales y las lecciones del pasado.