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Crítica escrita por Adolfo García Ortega y publicada originalmente en Fnac.

1. He leído las novelas de Ernesto Pérez Zúñiga, incluso sus poemas, y, desde luego, le tengo ya por una de las mejores voces de su generación. Me dejó asombrado con su novela de 2013 La fuga del maestro Tartini; me pareció magistral su novela de 2016 No cantaremos en tierra de extraños; y ahora, con Escarcha, me ha persuadido de que ha dado un paso más hacia una madurez literaria llena de libertad y talento. Escarcha (Galaxia Gutenberg) es una novela compleja y completa, personal y ajena, coral y psicológica, oportuna y alegórica. Digo todo esto porque, en la forma caleidoscópica que ha elegido Pérez Zúñiga, se entrelazan historias, personajes y situaciones que están remitiéndose unas a otras constantemente. Pero de todo lo que podría decirse bueno de esta extraordinaria novela, yo destaco un rasgo especial: su valentía. Valentía para contar lo que ha contado aquí y cómo lo ha contado. Escribir literatura no es solo formar parte de un universo platónico de la realidad, también es encararse con los miedos, dramas y horrores de nuestra sociedad. Pérez Zúñiga, en Escarcha, relata, en realidad, una victoria contra la miseria moral de un tiempo y unas vidas, y eso la engrandece.

Ambientada en una Granada de finales de los 70 y comienzos de los 80, se cuenta la historia de Monte, un niño metido en una primera adolescencia muy crecida para su edad. Una Granada que metaforiza a España y que es el mundo que percibe Monte: su colegio, su familia, su abuelo luchador republicano, su padre muerto y convertido en un mito ineludible y recreado a sus anchas, su madre pianista alejada de los escenarios pero que aún rezuma música por todos lados, su despertar a los sentidos y a los tabúes. Hay un entronque continuista con algunos personajes de No cantaremos en tierra de extraños, lo que agudiza en Pérez Zúñiga una voluntad de totalidad en el conjunto de su obra, fabricando ríos subterráneos entre novelas para generar un mismo tejido narrativo, denso y profundo. Porque Escarcha es eso, densidad y profundidad. Es una característica que lo une a un escritor que me ha venido enseguida a la cabeza, al leer Escarcha: Günter Grass y su Tambor de hojalata. Monte tiene mucho de esa niñez-madurez de Oscar, el personaje de Grass que se niega a crecer. Escharcha tiene mucho de la estructuración narrativa de El tambor de hojalata. Al igual que Oscar, Monte vive en un mundo de adultos como empotrado en un universo de nuevas reglas, nuevos dolores y nuevos amores, cuya única posibilidad de seguir adelante es el escapismo.
2. La oportunidad de la novela viene dada por el subyacente -pero sin duda evidente y demoledor- factor alienante de la religión católica, en Escarcha abrazada como un aire atmosférico viciado (el de la España de entonces, más acusado en provincias) y trágicamente representada por uno de sus males más característicos, los abusos sexuales. Monte es víctima de ambas cosas: de la Iglesia y de los abusos. La pederastia y la alienación religiosa son el pantano de donde sale triunfal Monte para arrostrar la vida, la felicidad -representada por la madre mediante la música- y el valor -representado por el madre muerto y mitificado bajo la forma de un diálogo del niño consigo mismo-.

Granada es Escharcha, así decide Monte llamar a su ciudad, alejándola de ese modo de la realidad pura, dura y oscura, que es como percibe el lector el contexto social y político de esta novela. Es una novela oscura con destellos de enorme luminosidad y de gran hondura reflexiva. Me ha remitido a otra Granada también muy oscura, la que pinta Justo Navarro en su excelente novela Gran Granada. Pérez Zúñiga, que ha optado por la libertad, nos da un libro que es tanto poesía como conocimiento y narración; y tanto novela como suma episódica de relatos que se encadenan. Asistimos, a lo largo de sus páginas, al despertar vital y espiritual de un muchacho que se enfrenta a los fantasmas propios (el mundo de sus amigos, de su colegio, de su siniestro profesor-amante, de sus padres dislocados, etc.) y a los fantasmas de su entorno, que, como capas de cebolla, remiten a la derrota en la Guerra Civil, a la mentira de una religión opresora, al desconcierto ante la sexualidad de una sociedad castrada y al inevitable avance de la vida por encima de la historia, la historia de España. Ernesto Pérez Zúñiga ha retratado el alma de una generación, la que despierta en la democracia, consciente de que hunde sus raíces en un apestoso lodo del que, a modo de metáfora final, el niño Monte se lava en un hammán que es, también, el útero materno, el sexo definido y bienhallado y la vuelta al deseo de reiniciarlo todo. En el panorama tan simplista de muchas de las novelas españolas actuales es un placer y un triunfo leer novelas como Escarcha, maduras, literarias y profundas. E innovadoras.