No-cantaremos-en-tierra-de-extraños

Texto escrito por Tino Pertierra y publicado originalmente en octubre de 2016 en la Revista Mercurio.

Ernesto Pérez Zúñiga había dejado el listón muy alto con La fuga del maestro Tartini con claras intenciones de marcarse un desafío venidero. Reto superado. No cantaremos en tierra de extraños irrumpe en el territorio de la épica con un aliento narrativo de realismo a ultranza y poesía al acecho para que sus personajes supuren vida y acojan rescoldos simbólicos. Empeño especialmente complejo porque el autor se permite (y nos regala) una filigrana nostálgica de riesgo evidente: un homenaje al western que mamó en su infancia viendo las películas de John Ford. Sobre todo, La diligencia, cuyos protagonistas (Ringo y Dallas) tienen una presencia mítica que cristaliza en momentos de extraordinaria intensidad emotiva.

La guerra civil española ha terminado hace ya unos años y el conflicto en Europa empieza a dar sus últimos pistoletazos. La derrota ha dejado a muchos españoles sin patria ni futuro. Entre ellos, dos exiliados que ven pasar los días en el Hospital Varsovia de Toulouse. En Francia: ese país que “no ayudó a defender el primer intento de democracia y recibió a culatazos a los fugitivos”. ¿Rencor? Claro, es inevitable cuando la decepción te ahoga. Uno de ellos vive atado al recuerdo de una mujer que se quedó atrás. El otro, que vivió la liberación de París, tiene dentro el espíritu de la rebelión permanente. Recuerden la fordiana Centauros del desierto: los indios raptan a una niña y un grupo de hombres dedica sus vidas a buscarla. Los personajes de Pérez Zúñiga también encaran la aventura de entrar en territorio enemigo en una misión de audaces, quizá suicida porque en ese inmenso paisaje por el que se adentran en busca de alguien a quien rescatar hay mucho más que una tribu india: hay todo un país dominado por los vencedores y gobernado con mano de hierro. Y fuego. La aparición de personajes reales que ayudaron a los exiliados (el escritor Howard Fast o el médico Edward Barsky) hace las veces de anclaje histórico para recordarnos que, aunque la novela albergue un espíritu de cuento, lo que en ella se narra hunde sus raíces en la historia más cruel: “En España hicimos la guerra tirando piedras a los tanques”. La primera parte tiene ecos kafkianos al describir la situación de esos españoles que viven arrastrando grilletes como cheyenes en reservas indias. Pero de esos espacios cerrados y opresivos se pasa pronto a otros abiertos y opresores donde aparecerán personajes enigmáticos e inesperados en situaciones que llevan al límite las intenciones y las agallas de los dos buscadores que atraviesan “la última frontera”: personal y colectiva.

“A veces es mejor para la gente morir que ser esclavos”, decía el guerrero Pequeño Lobo. Y esa consigna escolta a estos héroes sin gloria en los que laten convicciones de resonancias bíblicas (atención al rebelde título), dispuestos a cruzar el río Babilonia con la seguridad de que “cuando un hombre se vende a sí mismo, vende todo de sí mismo”. En ese territorio “desdichado” que es España, habitada por el hambre, las máscaras y las tumbas sin nombre, cabalgan dos hombres y un destino, y Pérez Zúñiga sigue su rastro con una prodigiosa capacidad para hacer respirar los escenarios, describir vibrantes escenas de acción y cruzar líneas de voces muy distintas, permitiendo de paso que un romanticismo que tiene algo de salvaje envuelva muchos momentos. No es casualidad que el autor escribiera parte de la novela escuchando la voz de Marilyn cantando Río sin retorno, una cadencia musical perfecta para este cuento de espíritu rebelde y aventurero de balas, caricias, heridas y besos: “Ya que perdimos un país, salvemos a una persona”. Adelante.