http://www.elalmeria.es/article/ocio/1855071/la/fuga/maestro/tartini.html
«No es fácil hallar, en los tiempos que corren, una obra literaria tan cargada de sabiduría y oficio, de tan extraordinaria creatividad como la concebida por el escritor madrileño Ernesto Pérez Zúñiga con «La fuga del maestro Tartini». En esta novela, tan bien documentada como escrita, Pérez Zúñiga ha sabido reunir todos los elementos necesarios para plasmar no solo una historia y una trama admirable, sino algo a mi parecer mucho más importante, cual es el hecho de aguijonear, provocar e incitar al lector a entregarse al texto en cuerpo y alma desde la primera página, como si en ello le fuera la vida. En ella hallamos multiplicidad de matices que uniéndolos o interrelacionándolos -historia, aventura, voces narrativas, lenguaje, conocimiento, humanismo, etc- consiguen mantener la curiosidad y la intensidad lectora hasta el final del texto. Pérez Zúñiga, por tanto, no solo nos brinda la oportunidad de conocer la vida del excelente y desconocido músico del siglo XVIII Giuseppe Tartini, a través de una estructura narrativa sólida y fluida en su construcción lingüística, con la alternancia de dos voces narrativas y una exquisita prosa, sino que además nos adentra en la sociedad de la época, en sus vicios y virtudes y nos hace cómplices de los sentimientos y la pasión creadora de Tartini, de su sentido de la libertad o la amistad, del bien y del mal en ese vital encuentro con el diablo en un sueño de eternidad y que servirá para seguir sus dictados hasta componer la célebre Sonata del Diablo, conocida también como «El trino del Diablo». Estética y ética se dan la mano en esta magnífica novela, y recorren los caminos y las ciudades (Venecia, Ancona, Pirano, Capodistria, Venecia, Praga y Padua), y nos muestran las miserias del hombre y la pasión creadora como razón de ser primera y última. Todo se entrelaza y funde en este inolvidable texto, en el que no podemos olvidar el latido feroz en la búsqueda siempre de la belleza a través de los sonidos, de la música en su estado puro. Ni el dolor insoportable de su brazo le restará fuerza a Tartini para escribir, en sus últimos días, su biografía: «Será porque después de varias décadas suena nítida la sonata que compuse en Ancona, también después de un sueño. Serán estas causas las que me determinan a dejar por escrito los hechos de mi vida antes de que se nublen definitivamente y los arrastre una última tormenta». También hallamos al Tartini inconformista, que se enfrenta al poder: «Repugna ver tanta felicidad humillada ante el poder. Siempre lo he detestado, lo prueban cuantas invitaciones he rechazado para ser músico de corte. Si tenía que tocar ante alguien, he preferido hacerlo ante el Dios de la Basílica». Tartini no solo es un genio, un virtuoso del violín, un creador nato, sino un hombre, un ser humano que siente y, sobre todo, ama la libertad: «La estancia, situada en lo más alto del edificio, apenas tendría diez metros cuadrados […]. En esas dimensiones sentía la dicha de la libertad por primera vez en mi vida. Por primera vez, atesoraba el tiempo, el tiempo azul del ventanuco». La música será, después de haber empuñado la espada y conocer la vida monacal, su salvación, gracias a su amigo Vandini, su única pasión, su vida entera: «Antes de Praga, amaba la música en mí; después, aprendí a amar la música en los demás. Esto influyó en mi admiración por la voz humana, que hoy considero el fenómeno musical por excelencia y al que he dedicado mis últimas composiciones». Tartini -el músico y el hombre- es ya otredad, vive en los demás de tal manera que llega a afirmar: «La música más hermosa está en el ser humano, no necesitas mirar a otra parte, Giuseppe Tartini, infierno o cielo, ningún lugar eterno; nada es tan poderoso como nuestra fragilidad; en ningún lugar hay mayor intensidad concentrada; y se hace mucho más grandiosa cuando somos generosos que cuando tratamos de desahogar nuestra desesperación». Ocupa un lugar destacado en Tartini, el sentido de la amistad: «Aquel Vandini de treinta años ya nunca dejó de acompañarme. Él es el mejor violonchelista que haya conocido el mundo», incluso aquella nacida del desencuentro y la rivalidad, caso de Veracini:«Hablamos como antiguos compañeros de las orquestas de Praga y ambos nos reímos de aquella rivalidades a las que hoy no encontrábamos sentido. Brindamos por la serenidad de la madurez y por la autenticidad de la música, el único estandarte que vale la pena levantar». No menos importante es para el personaje principal de esta novela la naturaleza: «En la naturaleza encontré la medida de mi renuncia y una profunda libertad». Tartini camina por la plaza San Marcos, en esa búsqueda por la belleza de sus atardeceres. En su cabeza remolinean las palabras:«Los intervalos musicales se corresponden con las pasiones humanas. El modo mayor, ya se sabe, transmite fuerza, alegría, ardor; el menor, dulzura, languidez, melancolía. La semilla de las pasiones está en todos los hombres. Las diferencias las establecen la educación y las costumbres». Pero sobre todo, Tartini es hombre solidario y generoso con los desfavorecidos, y por esta y muchas razones más se pregunta: ¿Hay mayor dicha que poder compartir día a día los pequeños naufragios de la vida, la conversación, el vino, los amores, los conflictos, los rencores, la risa, la música, con alguien con quien uno tiene extrema confianza, una lealtad que dura más que el amor, un amor que suena en un tono menor pero alcanza las costas más lejanas, no se queda en el camino? Estoy seguro de ello, aunque sea este un tiempo de adoración al dios dinero. Mas nuestro personaje es hombre, y como hombre, mortal: «La pluma de Burney vuelve al tintero y después escribe, suena sobre el papel: La belleza de la música nos salva de la muerte. Se detiene sobre la línea que ha escrito. Tacha: salva. Sobrescribe: alivia». Y, ciertamente a Tartini nadie pudo librarlo de la muerte, y por eso, aún después de su muerte, nos hacemos eco de sus palabras: «Solamente un poquito más de música, por favor, su vuelo desde el aire al oído, desde el oído hacia la alegría interna, hacia el agradecido asombro, solamente un poco más de música». A lo que cabría añadir, respecto a la creación literaria: un poco más de buena literatura, la de esta novela sin fin y de las que están por venir de la pluma de Ernesto Pérez Zúñiga, sin duda una voz sobresaliente en el panorama de las letras españolas.»