Crítica escrita por SANTOS SANZ VILLANUEVA y publicada en la Revista Mercurio.

Escarcha-nueva-novela

La novela de aprendizaje de la vida suele tener un tratamiento fuertemente intimista porque así se refleja bien el proceso educativo del personaje. Los autores suelen concentrarse en el sujeto imaginario y todo lo demás, el ambiente y el porvenir, ocupa un segundo lugar. Ernesto Pérez Zúñiga comparte en cierta medida esa perspectiva, pero también la modifica con singulares aportaciones. En efecto, el itinerario formativo del protagonista de Escarcha, Monte (diminutivo del apellido, Montenegro), ocupa el centro del libro con muy menudos detalles. El relato retrospectivo aporta generosas noticias de su alma atribulada y un diario del propio Monte desvela conflictos íntimos y traumáticas vivencias. Pero eso es solo una parte de la novela. Otra, de igual importancia, se fija en el marco histórico y social. Por otro lado, además, la anécdota no concluye al alcanzar el protagonista la madurez sino que se abre al futuro. Un largo pasaje final —que se nutre de lo visionario— emplazado en un hamán (baños árabes) añade un interrogante genérico, no ceñido a Monte, relativo al destino.

El escenario del argumento es Granada, que recibe el alegórico nombre de Escarcha. En ella vemos el complejo entorno familiar del niño Monte, sus andanzas escolares, las relaciones con su panda de amigos, el asedio de un profesor homosexual y el descubrimiento del sexo en encuentros de aire novelesco con varias chicas. Acentúan la visión problemática de la vida de Monte, chico poco corriente, introvertido y en exceso caviloso, las raíces familiares, en las que convive una representación simbólica del pasado español (una rama favorable al golpismo franquista y la otra a los republicanos). La historia nacional se proyecta también en el presente de la acción narrativa, que acoge referencias al desenlace de la dictadura. De modo que Escarcha tiene no poco de novela histórica sui generis. En ella se encadena la pervivencia de las dos Españas machadianas (con clara decantación por los valores democráticos) en los españoles de posguerra y en la juventud de la Transición, el grupo demográfico al que pertenece el propio autor. El cual, por cierto, está estableciendo un continuum entre sus obras: el apellido Montenegro lo encontramos en la anterior, No cantaremos en tierra de extraños, y un personaje de Escarcha, el exilado Manuel Juanmaría, era ya un respetable líder obrero hace tres lustros en Santo Diablo.

La historia de un muchacho desorientado tiene una fuerte base psicologista como si se tratase de una exploración en patologías anímicas. La disposición analítica de Monte refuerza esta vertiente de Escarcha, pero la novela se abre al amplio mundo exterior con buen análisis de otros múltiples personajes —se trata de un relato un tanto coral— y con un amplio número de peripecias inventivas, alguna muy emocional y hasta melodramática. El relato está, además, impregnado de cultura, literatura y arte, no como materia pegadiza sino como sustancia misma de la vida y como soporte para el conocimiento de la realidad: Andrés Hurtado, el héroe barojiano de El árbol de la ciencia, supone una guía para las determinaciones vitales de Monte, y brinda un sentido global de Escarcha.

La densa problemática moral, política y estética de Escarcha no impide una fábula amena gracias a los sucesos curiosos que surgen del notable talento imaginativo del autor. Innovando el modelo clásico del relato de formación al juntar lo individual y lo colectivo, lo común y lo trascendente, lo real y lo mágico, Pérez Zúñiga consigue una original novela de ideas.