Publicado por Candaya, Barcelona, en 2007.
DEL PRÓLOGO DE ANDRÉS SORIA OLMEDO
Hilando basto, la primera parte se sitúa en la ciudad, la segunda en un escenario natural desde donde se ve esa ciudad, la tercera en el interior inhóspito.
Con algo más de desarrollo: “Hojas del libro de los monstruos” presentan un teatro de lo siniestro (“he liberado un monstruo hacia mi amada […] y nos vamos el monstruo/ por calles por penumbras por los cines”) donde hace su aparición la imagen recurrente del “hombre bonsái”, máximo monstruo, con el contraste contiguo de otras figuras humanas como los niños de la calle (…) o las prostitutas negras en el encinar hispánico, como toros en una dehesa. Teatro de la decoración, del incendio, la violación. Teatro del hombre bonsái, de nuevo, autodescrito con la retórica mínima de Larrea, del Diego creacionista: “Yo soy el hombre bonsái/ Todo/ nada// Yo no soy lo que podría// Muero/ vivo// del deseo al sinsentido”. Y el sinsentido se despliega.
“El libro encontrado en el bosque” mira a la “ciudad de los bonsáis”, pero pone muy cerca la posibilidad, la tentación de ver “a los árboles/ altos/ mecerse”, “[…] mientras devoráis nuestros últimos brotes puros”. De pronto, ya sin alegoría, surge un aforismo terrible: “Volverán los sueños huracán tu noche/ despertarás solo/ despertarás solo/ con lo que has querido ser y ya no has sido.»
En la casa vacía, sola, deshabitada, ha ocurrido la muerte; sus hojas son las del luto, la nostalgia aguda; de nuevo el Gerardo Diego creacionista sirve para una reescritura eficaz, en una clave dramática por completo ajena al modelo, como en esta “Madre abandonada”: “La vida/ que desprecia los cadáveres/ la dejó en su figura calcinada/ Sola de sí/ Toda de no”.
Los complementos en prosa, paratáctica y bien resuelta en su propósito de no ser prosa poética, amplifican sus respectivos fragmentos y temas.
Cuadernos del hábito oscuro es, en definitiva, un libro complejo y bien trabado que se inscribe en el espacio abierto por Los cantos de Maldoror o por el genio alegórico de Baudelaire, que es el espacio de lo visionario. Turbador desde la polisemia del título, quien viste o contrae, con intriga fascinada, ese hábito oscuro es el lector.