Entrevista realizada por Esther Peñas y publicada originalmente en el portal Solidaridad Digital el 16 de septiembre de 2016.
Dos hombres que pierden su destino, su presente, su patria. Dos hombres que escogen frente a la derrota la lucha, y emprenden la reconstrucción de su mundo. Dos hombres a los que la vida cruza y entre los que brota la conexión de la esperanza. Porque con esperanza el duelo es distinto. Y se transforma. Ramón Montenegro y Manuel Juanmaría se embarcan en el propósito que los mueve como justificación última, que tira de ellos, que los repara. ‘No cantaremos en tierra de extraños’ (Galaxia Gutenberg), la última novela de Ernesto Pérez Zúñiga (Madrid, 1971) nos relata las intensas vicisitudes que salen al paso del exilio, de la guerra, del sufrimiento, del amor.
¿Qué justifica el amor?
Jajaja, está muy bueno eso… El amor lo justifica todo, la solución siempre es el amor… Como decía San Juan de la Cruz, “al final sólo te examinarán de amor”, y eso mismo pienso yo y, de alguna manera eso está en la novela, cuando todo está perdido, cuando el mundo está en ruinas, el amor es el mejor motor para reconstruirlo de nuevo.
¿De dónde el título, ‘No cantaremos en tierra de extraños’?
Viene de una decisión que toman los cantores del Templo de Jerusalén cuando fueron prendidos por los soldados babilónicos y les obligaron a cantar; ellos se negaron y dijeron “no cantaremos a Dios en tierra de extraños”.
Sin embargo, los protagonistas de la novela sí cantan, a pesar de todo…
Sí, a pesar de todo, deciden cantar, son como Orfeo, bajan al infierno cantando, y mantienen esa visión del mundo que implica que el canto es lo que consigue entrar y sobrevivir, de alguna manera, al infierno.
Pareciera que nuestra sociedad, a diferencia de lo que ocurría antaño (pienso en las corralas, en los patios de luces, en los patios de vecinos) se canta cada vez menos…
La canción, la música, todo el universo está conectado por una especie de música, y todos contribuimos al caos o a la armonía, dependiendo de si participamos o no de ese canto; la voz humana, de hecho, es la manera que tenemos más natural de conectarnos al universo, hay pocas cosas más hermosas que una voz cantando, mi madre canta… me acuerdo de pequeño, escuchándola cantar constantemente, cantar es una manera potentísima de comunicarnos, de comunicar emociones, y de unirnos a los demás, al otro. Una sociedad que no canta es una sociedad que se aburre, que se duerme, que se duerme en su intimidad, que desaparece, de ahí también que esta novela tiene un título paradójico.
¿Qué pierde uno al perder la patria?
Lo pierde todo, sobre todo si no es una elección, porque hay quien no cree en la patria y no le sucede nada si la pierde pero si, como es este caso, la patria es la libertad, porque mis personajes luchan contra el totalitarismo y al perder la guerra pierden la patria, es decir la libertad, lo pierden todo, la construcción de la vida en la que estaban sumergidos, como nosotros lo estamos en el día de hoy. Tienen que construir una nueva patria, todo lo que te rodea, y lo tienes que construir por ti mismo, tienes que empezar no de cero, de antes de la educación porque cuando llegas al mundo lo haces en un contexto, en un patria, con una sociedad construida. Me interesaba esto para la novela, conocer los valores con los que los protagonistas deciden construir el mundo, porque de las elecciones que tomemos en esas circunstancias terribles dependerá el futuro, no solo el nuestro sino el de quienes nos rodean.
Ernesto ¿tiene más de Manuel o de Ramón?
Jajaja, de los dos, nos repartimos los personajes… de Manuel me gusta mucho la duda, duda siempre de lo heredado, de la ideología, de la educación, piensa que la realidad hay que construirla desde cero pero sabe que eso es casi imposible, y es consciente de que muchas veces actuamos desde una verdad heredada que no siempre nos pertenece. De Ramón me gusta su fuerza, su lealtad, a pesar de que es un gran perdedor lleno de sombras, siempre entre el bien y el mal, entre la violencia y la nobleza.
Dice el padre de Ramón: “Cuando sientas miedo tienes que convertirte en montaña”. ¿Cómo se hace eso?
Qué bueno… Convertirte en montaña es algo que me aplico o lo intento, ser montaña es ser parte, hacerte quieto, procurar un detenimiento de la acción, de la emoción, un control de las pasiones, en este caso del miedo. Fortalecerte en tu ser, un ser en el que no estás solo sino que perteneces a algo superior, la tierra, el planeta… como la montaña, esa pertenencia a una tierra pase lo que pase, no somos consciente de eso, pensamos que somos ciudadanos, individuos aislados, pero pertenecemos al planeta, al universo, y te das cuenta de que, al fin y al cabo, eres el planeta, la montaña, la piedra.
Pienso en los avatares que salen al paso de Ramón y Manuel, ¿cuánto de azaroso tiene la vida?
Muchísimo, la vida está llena de azares, pero los veo como pruebas de aprendizaje, se cruzan como una tormenta, son ingobernables, y muchas veces traen el dolor, derrota, sufrimiento, otras veces la superación… en la vida todo es ese cruce de cosas que salen al paso, y me gusta verlo como una oportunidad para la aventura, como decía el Quijote, que venimos la mundo para estar en aprobación de aventuras, superando algunas, y cobrar experiencia y fama. Se trata de hacerte cada vez más sólido.
¿Qué saca lo mejor de cada cual, el miedo, el instinto de supervivencia, el “temblor de vivir” que decía, de nuevo, el padre de Ramón?
El confrontamiento con cada una de estas cosas, ninguna son buenas por sí mismas, el temblor de vivir es muy importante, hay mucha gente que pasa por la vida sin temblar, sin conectarse con ella, están como en caparazones que les impiden el temblor… hay que bañarse en el río de la vida, incluso dejarse llevar por la corriente hasta un límite que podamos controlar, todo esto son maneras de crecer, las cosas no son ni buenas ni malas, depende de cómo reaccionemos ante ellas.
¿Qué queda por contar de la posguerra española?
Todo… para mí me sirvió muchas inspiración el mundo del western, entendí que el western se había hecho justo en el misterio de lo que había ocurrido en la guerra de secesión norteamericana, donde aparece la gente perdedora que se queda sin destino y tiene que comenzar de nuevo. La posguerra española es un territorio parecido, se ha escrito mucho pero no lo importante, el testimonio de la gente que lo vivió, sigue sin contarse del todo, hay una especie de silencio, muchas cosas de las que nadie quiere hablar… y eso crea un territorio misterioso en el que conviven datos históricos y la emoción de ese tiempo que sigue siendo muy explorable para los escritores. La española, como cualquier posguerra, es un lugar de construcción de futuro, que es lo que me interesa a mí, qué se podía haber construido con ella y qué se puede construir ahora con las posguerras simultáneas que nos han tocado vivir.