Entrevista realizada por Benito Garrido y publicada originalmente por Culturamas en 2013.
Con su novela, La fuga del maestro Tartini, ganadora del XXIV Premio Torrente Ballester, el escritor madrileño Ernesto Pérez Zúñiga traslada al lector a los lugares sagrados de la memoria y su incisiva nostalgia a través de la vida de Giuseppe Tartini, uno de los más importantes músicos del siglo XVIII, y autor de la sonata conocida popularmente como El trino del diablo. Una aventura física y espiritual, en busca de una armonía repleta de dificultades, en la que el lector se encontrará con valiosos personajes de aquella época, y otros tantos del mundo mítico, capaces de anular el tiempo y fundir lo clásico con lo contemporáneo.
Año 1769, el maestro Tartini rememora su vida cuando presume que el tiempo se le agota. Recuerda su infancia, en la que se forma tanto su sensibilidad musical, como la rebeldía que le acompañará durante toda su existencia al rechazar la educación eclesiástica que su padre le tenía reservada. Tras múltiples aventuras con la espada, encuentra cierto sosiego en el arco del violín, el “instrumento del diablo” del que se convertirá en un virtuoso, y en Elisabetta Premazore, una mujer de clase humilde con la que mantuvo un amor prohibido. Su carrera como músico parecía seguir el camino trazado cuando conoce a un violinista extraordinario. Comienza entonces un viaje a través de los secretos de la naturaleza humana que le llevan a enfrentarse, de manera cruel y destructiva, con su lado más oscuro.
P- ¿Cómo llegó a fraguarse esa comunión con el maestro Tartini que te llevó a escribir esta novela?
Me enamoré de su música. Esa música movió los hilos dentro de mí, y los fui siguiendo hacia los lugares donde Tartini vivió en Italia y en Slovenia. Lugares que siguen casi intactos. Algunos han cambiado de nombre, eso es todo, nombres secundarios. Lo importante para mí era ir imaginando ser alguien ya perdido en el tiempo. Resucitarle, prestarle mi cuerpo, mi mente que se iba llenando de lo que iba descubriendo sobre su vida y, sobre todo, de sus sonatas y conciertos. Luego le iba a prestar yo mi escritura y parte de mi propia biografía.
P.- Al igual que el maestro Tartini con su obra más conocida, ¿quizá soñaste tú también con el diablo y con tu novela para que te resultase tan redonda?
Siempre había querido escribir sobre el tema fáustico, el anhelo de conocerlo todo, con la ayuda de un espíritu superior que te resta algo a cambio. Tartini me dio el contexto perfecto para hacerlo, aunque desde un punto de vista que me interesa más todavía: el de la creación, llegar a encontrar la verdadera belleza. Y, en efecto, para ello los sueños son fundamentales. Para mí es una búsqueda constante. En la escritura trato de incluir los diferentes planos de la realidad, también el onírico. En el caso de Tartini, le ayudan a conectar con la parte sagrada de sí mismo: hacer consciente el inconsciente. La novela incluye los distintos libros de la tradición faústica, desde la Edad Media hasta Thoman Mann. Pero te confieso que sí, que en efecto, llegué a soñar con el diablo. Y de inmediato ese ese sueño pasó a la novela, en primera persona, como parte de las memorias de Tartini.
P.- La fuga con doble sentido, el musical y el de huída de un destino marcado para buscar la propia identidad. ¿No es la vida entonces una continua fuga hacia adelante?
Es una fuga en busca del sentido. En el caso de Tartini, cada vez que consolida algo que buscaba vuelve a escaparse para encontrar algo nuevo, algo que todavía no sabe qué es. Tiene que ver también con la identidad, con las diferentes máscaras que forjamos en la vida. Una máscara sustituye a otra. Pero el presonaje intuye que va a encontrar el despojamiento absoluto, y con él la calma. Esta novela también es la historia de un hombre que acaba convertido en música y, más allá todavía, en sonido, en belleza… Esa es la última identidad que queda.
P.- Su personaje es todo un aventurero, un luchador, ¿quizás es la época que le tocó vivir la que condicionó su visión del mundo y su singular forma de enfocar la vida?
El siglo XVIII es un siglo de incertidumbres y transformaciones, pero en el cual siguen muy vigentes las ideologías e instituciones de los siglos pasados. Conviven las ansias de libertad, la apertura mental, con viejas y poderosas cadenas; la necesidad de conocimiento y las restricciones de los dogmas; un individualismo prerromántico y estrictas normas sociales. Es un contexto perfecto para escribir sobre lo que ocurre también en nuestra época. Estamos en un momento de transformación muy parecido.
P.- Las memorias que escribe el protagonista le permiten vislumbrar con el tiempo la fuerza del amor y las relaciones personales… ¿complejas, como él mismo?
Es una parte fundamental de la novela: la red de afectos que crea el personaje, que también funcionan como apoyos y como trampas, como liberaciones y como encadenamientos. Gracias a algunos de ellos, Tartini encuentra lo mejor de sí mismo y de la vida. Otros le empujan, sin embargo, en el camino contrario. Amigos, familia, amores, negocios. Todos ellos suponen pruebas, pulsos, revelaciones o entrega. Todo está conectado, todas nuestras decisiones son importantes y afectan a los demás. Construyen el mundo. Hay una búsqueda especial de las contradicciones que hay en las relaciones de afecto más profundas, los lados ocultos del amor, lo no correspondido o comprendido, aquello que queda más lejano a la apariencia tanto en la familia, como en la amistad, que esta novela celebra especialmente, como uno de los mejores regalos de la vida.
P.- La música y el violín están íntimamente ligados a tu libro. Como la música, ¿también la escritura es capaz de provocar las más profundas emociones?
Música y literatura son las artes que más me interesan; aquí he intentado fundirlas: en el tema, la estructura y la escritura. La música tiene un contacto inmediato con nuestras emociones. Como decían los antiguos, pulsa la cuerdas del alma, para bien y para mal. La literatura funciona de otro modo, va abriendo caminos dentro de la mente hacia distintos niveles: el que se divierte, el que piensa, el que sueña, el que se emociona, el que imagina, etc. La escritura es un instrumento y un reto maravilloso para crear universos complejos donde uno puede estar como en la vida misma, pero de una manera menos interrumpida y confusa. Además, puedes tratar de que la escritura sea también musical, que la lectura contenga una determinada música para potenciar los poderes de las dos artes. Como descubre el propio Tartini en el violín, se pueden ligar las emociones y las formas. La melancolía tiene una escritura y la alegría otra. En el caso de esta novela, hay una celebración de la belleza y de esa autenticidad. Cuando se unen, son capaces de anular los contrarios, de reconciliarlos.
P.- En cuanto al Giuseppe Tartini de tu novela, ¿dónde está esa fina línea que separa realidad de ficción?
Tartini es una invención basada en una existencia. Yo lo convertí en aquel que imaginaba y le di mis propias preocupaciones. Me dio los puntos de su vida que fui descubriendo, su música y los lugares donde vivió, y trabajé libremente a través de ellos. Por eso es fundamental la segunda voz de la novela, la que contradice y aporta datos nuevos sobre la vida de Tartini, la que ironiza sobre él y al mismo tiempo sigue enamorado de su música. En esta novela están fundidos datos biográficos con episodios totalmente inventados. Esto también ocurre con la geografía, y con los personajes. Mi intención es que convivieran con total naturalidad dentro de la novela. Pero la novela es un sistema cerrado. Es inútil contrastarla con la historia. Quien lo haga encontrará juegos, trampas, datos reales, referencias concretas, datos del XVIII y datos actuales, fantasías, invenciones que conviven con hechos exactos. Todos ellos obedecen a las reglas de la ficción y, en concreto, las que rigen esta novela, que tiene una estructura temporal y espacial propias.
P.- Los saltos temporales y geográficos en la narración ¿hasta que punto son decisivos en la misma? ¿qué buscas con ellos?
Anular el tiempo convencional, anular justamente las diferencias entre pasado y presente. No tiene sentido resucitar a Tartini si no es un personaje del presente. Del pasado me interesa lo que sigue vivo, y Tartini es interesante en cuanto se comunica con la conciencia del lector. Esto vale también para los espacios, para la propia calle donde vivió Tartini, y que decidí mantener con el nombre que tiene hoy. La ventana de su casa es la conciencia que une espacio pasado y presente. Quiero que el lector pueda encontrar esa calle y mire a Tartini en su ventana (en un edificio que hoy no existe). Hay otro intento más: descubrir la interconexión de los tiempos, cómo se afectan entre ellos, como las relaciones cronológicas que nosotros entendemos como causa y efecto pueden tener una relación de simultaneidad, por lo menos desde el punto de vista psicológico. Cómo la mente se mueve en el tiempo. Cómo el tiempo de los sueños puede incluir el futuro. Mi interpretación libre de la ciencia contemporánea planea en distintos pasajes de la novela. Añado algo más: me interesa que la belleza de la música de Tartini anule de alguna manera el hecho irremediable de su muerte. La belleza vence al tiempo, y lo reintrepreta. Es un hecho cotidiano, demostrado una y otra vez en las obras de arte.
P.- Siguiendo uno los pilares claves de tu novela, la creación y la continua búsqueda de la belleza, ¿cómo es el proceso creativo de un escritor como Pérez Zúñiga?
Espero a que impulsos, ideas, personajes, vayan habitando mi cabeza. Cuando tengo claro que esos seres me interesan, empiezo a concretarlos, y a dibujar el mapa de su vida imaginaria, a saber lo que me quieren decir. Después fijo por escrito un primer plano de la novela: a veces, puede ser un simple esquema, otras veces, como en esta última, 150 páginas. El proceso puede durar años. Entonces me pongo a escribir la novela y me dejo llevar por ese mundo construido, contradiciéndolo si hace falta, reinventándolo con total libertad. Para mí, cada novela es un descubrimiento, casi una transformación. Luego, corrijo y corrijo buscando la exactitud de ese mundo (que al final, ya es otro, muy diferente al que imaginé por primera vez).
P.- Imagino una ardua labor de documentación. ¿Cómo ha sido la misma? Hay autores que consideran que esa parte es una de las más entretenidas del proceso de escritura.
De Tartini no era fácil encontrar nada sólido. Viajé todos estos años a Italia y a Pirano para encontrar datos: libros de viejo, partituras en bibliotecas, discos que no estaban distribuidos en España. Anuarios y libros de viajeros de la época fueron fundamentales. Pero también era importante prestar atención a las calles, a la naturaleza: escuchar los acentos, escuchar los sonidos y los silencios, los canales de Venecia, tal como Tartini hizo para escribir las Sonatas del Tasso. Por ejemplo, en Asís, pasé un largo rato ante los frescos de Giotto, que Tartini por fuerza tuvo que contemplar cuando estuvo refugiado en el convento, después de huir de Padua. Allí está la expulsión de los demonios de Arezzo. La contemplación de este fresco luego se convirtió en un pasaje importante de la novela, justo cuando Tartini va a descubrir su vocación musical. Paralelamante, me documentaba sobre la parte fáustica de la novela: Marlowe, Goethe, Thomas Mann, Bugalkov, etc. Sí, me lo pasé estupendamente, me arruiné también. Luego sale todo en la escritura, detalles que uno no puede prever. No hay nada que me divierta tanto como escribir una novela.
P.- ¿Nuevos proyectos literarios a corto plazo?
El año que viene se publica un libro de poemas, Siete caminos para Beatriz, que fui escribiendo desde 2007, a ráfagas, en momentos imprevistos. Es un poemario que recorre, de manera contemporánea, algunas imágenes de La Divina Comedia, con las antenas dirigidas a nuestra sociedad y alimentadas, por supuesto, por la pasión amorosa que supone la imagen fugitiva de Beatriz.