Categoría: Artículos (Página 2 de 4)

Elogio del librero

Publicado originalmente el 6 de mayo de 2020 en Zenda.

Elogio del librero. Ernesto Pérez Zúñiga

 

Alfonso Tordesillas, en el escaparate de Tipos Infames, la librería que fundó junto a Gonzalo Queipo y Curro Llorca. Fotografía de Roberto Ranero para guiarepsol.com

Los seleccionó y los trajo y los colocó en la mesa y en la estantería, ordenados por géneros y por autores. Lo hizo, fundamentalmente, para desconocidos. Como quien pone las flores para la abeja, quién sabe cuál ni de dónde. Lo hizo para el adolescente que quería alas. Ya no funcionaban en casa, con los libros de infancia. La abeja se paseaba por los lomos, palpándolos con la trompa. Pienso en los tomos de Rimbaud que publicó Hiperión; el fucsia de las Poesías completas, el violeta de las Iluminaciones, la cubierta pálida de Una temporada en el infierno. Los dedos hacían palanca en la parte superior del lomo, abrían el libro, lo acercaban al olfato, las letras se metían por los ojos, sí, como abejas que llevaban el polen a la imaginación. Un adolescente leía lo que otro adolescente (glorioso) había escrito hacía un siglo atrás.

El librero, la librera, habían trazado aquel extraordinario milagro del tiempo. Habían tomado aquellos libros escritos en días desaparecidos y los habían transportado hacia un espacio acogedor, cien años más tarde, mil años más tarde, dos mil quinientos años más tarde. Los habían traído de todas las épocas y de todos los espacios, traducidos de recónditos idiomas, como si ellos, uno solo, la librera o el librero, fuera el ejército completo que Ptolomeo mandó por todo el orbe para capturar los libros que luego formaron la Biblioteca de Alejandría.

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Microdecamerón

Publicado originalmente el 1 de abril de 2020 en Zenda.

Microdecamerón. Ernesto Pérez Zúñiga

Waterhouse, John William; The Decameron; Lady Lever Art Gallery

Al contrario que los personajes de Bocaccio, nos quedamos encerrados en la ciudad. Algunos de nosotros teníamos casas de campo, lejos de las calles contaminadas y de nuestra propia contaminación, pero no quisimos llevarla a los ancianos.

Nos contábamos historias de los pueblos.

Había una señora que siempre habíamos visto sentada al sol escuchando el río. La mujer recortaba las cortinas de su casa y con los pedazos fabricaba mascarillas que, al atardecer, en el silencio, dejaba en la puerta de los vecinos, para que salieran tranquilos a comprar el pan, que seguía viniendo en furgoneta desde el horno más cercano.

Los pájaros cantaban como nunca.

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Soy el Amundsen de mí mismo

Publicado originalmente el 13 de marzo de 2020 en Zenda.

 

Soy el Amundsen de mí mismo. Ernesto Pérez Zúñiga

Tierra negra con alas

Antología de la poesía vanguardista latinoamericana

Edición de Juan Manuel Bonet y Juan Bonilla

Vandalia, Fundación José Manuel Lara, 2019

 Esta antología es una fiesta fascinante a la que uno es raramente invitado. Abrir las puertas de este libro es entrar a un jardín de verano donde los invitados, algunos famosísimos y muchos totalmente desconocidos, te ofrecen una conversación igual de sorprendente y amena, donde uno se va dejando envolver por el  entusiasmo de la invención y de la inteligencia, por el día radiante de los poetas cuando tocan su estadio de gracia.

     Lo curioso de esta conversación es que todos los poetas hablan con voz propia de un universo común que, al mismo tiempo, comparten y multiplican, y que se va diversificando y aleteando con cada poema, cada vez más lejos, cada vez más alto, en esa esfera grandiosa que en este libro recibe el nombre de vanguardia latinoamericana (y que hay que entender como un organismo con múltiples corazones, dos de los cuales son europeos: París y Madrid).

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España

Publicado originalmente el 4 de marzo de 2020 en Zenda.

Octava entrega en la que dos escritores exponen su punto de vista sobre un mismo tema. Pérez Zúñiga y García Ortega, como Stewart y Widmark en el filme de John Ford, cabalgan juntos cada primer miércoles de mes en pos de un único destino: la literatura.

España. Ernesto Pérez Zúñiga

Tengo inmensa suerte de haber nacido en España por una multitud de razones que quizá podrían sintetizarse en que este país es ahora, atravesando el siglo XXI, el justo medio de democracia y  prosperidad, de buen humor y buen tiempo, de una excelente literatura que la atraviesa por siglos en el mismo idioma en el que hablo y escribo, aunque no siempre esté en la primera línea de atención. Todos los días puedo comer verduras deliciosas, aceite de oliva y almendras, beber vino blanco o vino tinto. Gozamos de una libertad de expresión más que razonable, casi quisquillosa, y de avances en tolerancia social más o menos de vanguardia. La educación no es lo nuestro. Tampoco un alto nivel de conciencia. Ambas son muy mejorables. Pero, aún así, se nota un cambio sobresaliente respecto a las décadas granadinas en las que me crié, saliendo del franquismo. 

            España es el país que amo, aunque España no existe.

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La tercera orilla del río

Publicado originalmente el 5 de febrero de 2020 en Zenda.

Octava entrega en la que dos escritores exponen su punto de vista sobre un mismo tema. Pérez Zúñiga y García Ortega, como Stewart y Widmark en el filme de John Ford, cabalgan juntos cada primer miércoles de mes en pos de un único destino: la literatura.

La tercera orilla del río. Ernesto Pérez Zúñiga

Carl Moll. Twilight

Hay un cuento de Guimarães Rosa que solo he leído una vez, hace muchos años, y que nunca he podido olvidar: Se llama La tercera orilla del río. En él se cuenta la historia de un hombre que abandona todo lo que tenía (sus bienes, su familia, su pasado) y se marcha. Todo el mundo da por hecho que ese hombre ha cruzado el río y ha rehecho su vida en la otra orilla. Sin embargo, acabamos descubriendo que su elección ha sido otra: quedarse en el curso del agua, navegando hacia el nacimiento o hacia la desembocadura, sin desembarcar nunca en la tierra, estableciendo solamente un vínculo con un lugar en movimiento, la propia corriente, que no puede pertenecer a nadie.

     Esa renuncia a no pertenecer a ninguna parte, salvo al instante fugitivo, me fascinó de inmediato. El propio concepto, en principio imposible, de la tercera orilla me hizo abrir la conciencia a una dimensión que, desde entonces, se iba a convertir en uno de mis espacios favoritos.

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El rostro

Publicado originalmente el 8 de enero de 2020 en Zenda.

Séptima entrega en la que dos escritores exponen su punto de vista sobre un mismo tema. Pérez Zúñiga y García Ortega, como Stewart y Widmark en el filme de John Ford, cabalgan juntos cada primer miércoles de mes en pos de un único destino: la literatura.

El rostro. Ernesto Pérez Zúñiga

 

El rostro de la amada o del amado. El rostro de Laura (Gene Tierny) en el cuadro mientras el detective (Dana Andrews) pasea inquieto por la habitación donde investiga su muerte. El rostro misterioso y magnético que le mira desde la pintura con el enigma de la vida y del amor. El rostro de la persona desconocida que, de repente, irrumpe en el apartamento y, para sorpresa del detective, solo del detective, tiene los mismos rasgos que la mujer del cuadro. Los rostros que vamos a amar siempre descubren nuestra ignorancia.

     Nacemos al rostro. El rostro es un nacimiento. El rostro tiene infancia, madurez, vejez y vacío.

     El niño quiere ser el rostro de un héroe: John Wayne, por ejemplo, Ringo Kid cuando se interpone en el camino de la diligencia y blande su rifle y lo hace girar en el aire mientras sonríe con la seguridad de alguien que ha decidido vivir sin miedo.

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El arte del bumerán

El arte del bumerán

Ernesto Pérez Zúñiga

Hay pocos libros que siempre vuelven: leerlos es la primera vez. La literatura de José Balza tiene esa rara virtud: está fraguada en el retorno de algo que resulta nuevo. Nos conecta con algo esencial que nos pertenecía pero que se aparece inesperado en el espejo.

     Sucede en la nitidez de la escritura.

     Sucede en la estructura de la historia.

     Sucede en la ética de los personajes.

     Sucede en la metafísica del universo que Balza nos propone.

     De manera simultánea y armónica.

     Sería como aterrizar en Venus y descubrir que estuvo habitada por una civilización más avanzada que la nuestra.

     Esa es la sensación que uno recibe al leer novelas que José Balza escribió hace casi 50 años: Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar. O 40: Percusión.

     Balza incluye a los que le precedieron (Cortázar, Kafka, Virgilio) pero también a los que le sucedemos. Es el arte del bumerán. Viaja al horizonte, que es futuro; y, al hacerse  ya pasado, regresa al presente.

     Las claves están en la anulación de la lógica temporal que propone su escritura y en la fabulación de nuevos esquemas mentales en los que florecen otras visiones del mundo.

     Una libertad multiplicada en esas narraciones que Balza llama «ejercicios».

     Una libertad que investiga a partir de las raíces de la literatura y de una atención extrema a las palabras necesarias de la naturaleza humana.

     El bumerán regresa porque la caza es el lector.

   

El espejo del héroe

Publicado originalmente el 4 de diciembre de 2019 en Zenda.

Nueva entrega en que dos escritores exponen su punto de vista sobre un mismo tema. García Ortega y Pérez Zúñiga, como Stewart y Widmark en el filme de John Ford, cabalgan juntos cada primer miércoles en pos de un único destino: la literatura.

El espejo del héroe. Ernesto Pérez Zúñiga

Fotografía realizada por JEOSM

El espejo del héroe es el temblor de un agua tranquila, antes de que lo engulla la turbulencia. La etimología de esta palabra que enciende nuestra imaginación está relacionada con la palabra “hora”. Y, desde el inicio, nos indica una misma suerte: la fugacidad, el tránsito.

Quizá no podamos pensar la fugacidad sin la hermosura ni la fuerza. Así está inscrito en los ciclos de las estaciones.

La estación más heroica es la primavera, cargada de potencia, con un pie en el esplendor y otro en la creación de algo que se recogerá en verano, caducará en otoño, morirá en el invierno y renacerá en el rostro de los nuevos héroes que traerá la siguiente primavera.

Los héroes son flores efímeras que, sin embargo, persiguen una gloria inextinguible. Homero los proyectó en nuestra psique para siempre en forma de canto. Y a su condición heroica unió, desde el principio, una flagrante humanidad. Los héroes no son dioses. Los héroes no tienen superpoderes. Los héroes solo alcanzan esa condición en el momento de un prodigio que resplandece y nace de la misma debilidad que a todos nos hermana.

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La nueva columna de Ernesto Pérez Zúñiga y Adolfo García Ortega: «Dos cabalgan juntos» en Zenda

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Foto: Jeosm

Publicado originalmente el 3 de julio en Zenda.

Zenda inaugura una sección en la que dos escritores exponen su punto de vista sobre un mismo tema. Pérez Zúñiga y García Ortega, como Stewart y Widmark en el filme de John Ford, cabalgarán juntos cada primer miércoles de mes en pos de un único destino: la literatura.

Los clásicos, lugares sin tiempo. Ernesto Pérez Zúñiga

Cuando ya no exista el tiempo, existirán los clásicos. Algunos piensan que los clásicos son los libros del pasado que seguirán leyéndose en el futuro y, que por esta razón, hay pocos motivos para leerlos en el presente. Peor para ellos. No leerlos es perder el tiempo. Porque los clásicos son los libros que logran anularlo.

Los clásicos fundan un lugar intermedio entre la acción del mundo y el sueño del mundo, un desván inmenso y misterioso que esencia la experiencia humana. Dante lo vislumbró simbólicamente cuando situó a Homero y a Ovidio, entre otros, en el limbo, el círculo primero de su Infierno, el territorio más cercano a nuestro acá pero que ya había instaurado sus fronteras en el más allá; donde, como quería Valle, los muertos hablan de los vivos y se contempla la existencia desde la otra ribera.

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Aquel colegio cómplice, por Ernesto Pérez Zúñiga en El País Semanal

I love coffee. It's one of my favorite things in the world, and I love tasting different coffees.

Foto: Tomada por JEOSM para Zenda.

Publicado originalmente en El País Semanal.

Entre visitas al apartamento del profesor, el mismo que organizaba los campamentos de verano, fueron pasando los años. Nadie hizo nada. Solo él.

QUERIDO E IRRESPONSABLE colegio: hubiese querido escribirte para darte las gracias, más de 30 años después, pero necesito ser franco contigo. La verdad es como el agua subterránea, que trata de buscar un hueco para salir al exterior. Ese hueco lo ha abierto la novela que he publicado antes de dirigirte esta carta. Porque la escritura nos ayuda a ir señalando las máscaras con las que nos vamos protegiendo año a año. Ahora es el momento de dejar caer la tuya. Solo la caída de las apariencias —esas que te importaban tanto— nos permite aprender algo de valor.

Tenías la obligación de educarnos, y, sin duda, lo intentaste a tu modo, tratando de inculcarnos lo que tú considerabas valores ejemplares. Al mismo tiempo, contratabas a un pederasta en tu plantilla. Desde luego, era el más moderno de los profesores, la mayoría religiosos de tu congregación. Él no lo era. Habíamos cumplido 12 años. Y nos hablaba con altiva normalidad de algunos tabúes de entonces: la masturbación, por ejemplo, o el franquismo. Luego, después de clase, nos invitaba a tomar un refresco que, con el tiempo, se convirtió en una cerveza o un gin-tonic, ya en su casa, en formato de fiesta. Quizá te llegaban rumores al respecto. Seguir leyendo

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