Crítica escrita por Domingo Ródenas de Moya y publicada originalmente en El Periódico.
En un panorama novelístico quebradizo, donde la visibilidad de los nuevos nombres viene dictada por valores coyunturales, resulta insólita la apuesta denodadamente literaria de Ernesto Pérez Zúñiga (Madrid, 1971), como prueban dos de sus novelas anteriores, ‘La fuga del maestro Tartini’ (2013) y ‘No cantaremos en tierra de extraños’ (2016). Por su prosa, por su arquitectura narrativa, por el abordaje de sus temas y por el simbolismo universalizador de la historia que cuenta.
Esta historia es la del tránsito vital que lleva de la infancia a la juventud a través de un laberinto de galerías llenas de descubrimientos y frustraciones, miedos y deseos, incertidumbres, tentativas, errores, devociones y aborrecimientos. Al país de los adultos no se llega sino atravesando esa franja de años borrosa y minada, como le ocurre a Monte, el raro chaval protagonista que muchos años después evoca, en tercera persona, aquellos ritos de paso (el despertar del deseo y del duelo, el choque con la lealtad y la traición, el refugio de los libros y la música, la identidad sexual oscilante) que lo convirtieron en quien es. La galería de personajes que lo rodean es riquísima y está desarrollada con esmero, desde los padres (profesor él, pianista ella) y los abuelos (imagen de las dos Españas, uno de ellos el luchador antifranquista Manuel Montenegro, oriundo de la novela anterior) a la pandilla de amigos y el entorno de los profesores (con Robin, el íncubo pederasta, en primer lugar). Seguir leyendo