Publicado originalmente en Diario 16.
Las letras de neón rojo del Museo Chicote y el fotógrafo son los únicos testigos del abrazo entre Ernesto Pérez Zuñiga y uno de sus personajes.
-Hola.
Le saluda contento y efusivo, hablándole, diciéndole que sale en el libro, mientras le abraza. Y al separarse abre la novela y corretea sobre las 512 páginas que conforman la obra, hasta detenerse en un punto concreto.
-Mira, estás aquí.
Y señala las letras que forman el nombre del personaje, el nombre de la persona. El fotógrafo lo oye, pero no alcanza a memorizarlo, ¿Fernando o Francisco?.
Tendría que haberlo apuntado. Y al revisar las imágenes advierte que ni siquiera ha conseguido que la imagen captada por su cámara tuviera la precisión suficiente, pero se consuela pensando que quizá ese error sea un regalo del destino, porque una imagen movida está más viva que una quieta y congelada. Y lo que vio, presenció, era pura vida y fue bellísimo: El abrazo de un escritor a alguien a quien quiere y aprecia hasta el punto de mezclarlo con sus propios sueños, con sus personajes de ficción. Unn abrazo largo y cálido, un abrazo capaz de borrar el mundo, y por eso ni la persona hecha personaje ni el autor se percataron de su presencia ni del clic indiscreto de la cámara. Seguir leyendo