No tener las palabras que vendrían.
Está la calle igual, la puerta del teatro, los pasos, el tráfico, las farolas, el quiosco.
(Bueno, no, el quiosco ha cerrado: está su cáscara vacía, con persianas).
Félix Romeo habla conmigo ante la puerta del teatro, era otra vez noviembre, las hojas más amarillas que ahora, mojadas en el suelo por la última lluvia.
Y noviembre ha dado la vuelta al mundo para llegar a este octubre: está la calle igual, los pasos, el tráfico, pero se ha doblado el vacío.
La ausencia de palabras es densa.
Como si todas las aceras estuvieran cubiertas por páginas en blanco.
Y ya no hubiera escritura: sólo la huella de los zapatos de Félix, que ha salido del barro, de prisión, de un bar, de una novela, y ahora camina invisible de ciudad en ciudad.
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