Hace unos años, en un día similar a hoy, escribí este poema que luego se publicó en Cuadernos del hábito oscuro:

 

30 de marzo, por ejemplo

Te levantas sin más, tranquilamente, un domingo de marzo con cambio de hora,
mira el cielo: llueve,
pones agua y pan a calentar, y la habitación se llena de olores y del recuerdo de algunos muertos: un gesto, una costumbre, los alimentos que ellos preferían para el desayuno de las mañanas de domingo,
justo ese recuerdo
cuando muerdes el pan ya caliente, cuando intentas beber el líquido ardiendo, y puedes sentir todavía “lo caliente”, y te permites el lujo de maldecir “lo ardiendo”.
Los alimentos se adentran por tu cuerpo, los digieres, como los muertos hacían hace tan sólo unas semanas o unos años,
lo mismo da,
y tú te sigues preguntando: ¿qué haré esta mañana de domingo?