Por Ernesto Pérez Zúñiga

Publicado originalmente en alemán

Die Philosophie des Singens. Bettina Hesse (Hg.)

 

 1. La fuente que buscaba Monteverdi

No se puede encerrar a la fuente. Hay que saber escucharla. Llevarla a la voz y a los dedos. Así se hace y se ha hecho el flamenco. En el patio. En la tasca. En la plaza. En la lumbre. En el paseo solitario. En la fiesta. En el escenario. Solo hay que ver tocar a un guitarrista como Pepe Habichuela para comprobarlo. La cabeza del maestro se inclina sobre la guitarra. Los dedos se acercan a las cuerdas. Un silencio. Y la fuente suena.

     La fuente no tiene partitura. La han bebido los mayores, y estos la han entregado a sus hijos en una forma. Como vasijas de barro son los palos del flamenco: seguiriya, soleá, bulería o toná. No importa. Van de mano en mano. No se estudian, se viven (aunque también se estudien mucho). Pero sobre todo se trabajan. Desde la infancia. Trabajo de tocar y de cantar en cada uno de los ritmos que va imponiendo el día. Y la noche abierta. La noche sin reglas.

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