Publicado originalmente en Cuadernos Hispanoamericanos 

Por Ernesto Pérez Zúñiga

 

Contempladas desde el avión, las montañas -cíclopes de verde interminable- avisaban del poder de aquella tierra, que yo asociaba a los hechos terribles de su Historia y a la convulsión de heridas de buena parte de su sociedad. Sin embargo, aquella belleza me avisaba de que iba a experimentar algo diferente: lo que sucede cuando uno sostiene frente al sol cierto tipo de mineral (un trozo de mica, por ejemplo): sobre la piedra oscura destella un reguero de fulgor.

 

Iba a Pereira, al Eje Cafetero detrás de las montañas, al Festival Luna de Locos, que dirige Giovanny Gómez y que reúne a poetas de medio mundo. En lugares abarrotados de jóvenes leo junto a mis compañeros de viaje (otros españoles, como Luis García Montero, Elena Medel y Jordi Valls; el argentino Juan Arabia; colombianos, como Juliana Gómez Nieto, Lindantonella Solano Mendoza, Mauricio Peñaranda, Arturo Estrada, José Luis Díaz Granados; la galesa Zoë Skoulding, el canadiense Herménégilde Chiasson, el británico James Byrne, entre muchos otros) en la noche cálida, el público sentado en la hierba.

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