Publicado originalmente en Quimera. Revista de literatura,
ISSN 0211-3325, Nº 366, 2014, págs. 18-20
Los onettianos
Para Francisco Raya
Vivíamos en Granada y estábamos saliendo de la adolescencia. Una buena parte de nuestra vida giraba en torno a los libros de Onetti, aunque quizá es más exacto precisar que giraba “dentro” de sus novelas. La primera que yo compré, en la librería más cercana al instituto donde estudiaba, fue Dejemos hablar al viento, atraído por su título. Onetti no aparecía en los libros de la escuela pero impuso su poder literario sobre los demás autores con suma facilidad. Los onettianos no sabíamos todavía que lo éramos pero, casi sin querer, empezamos a movernos como sus personajes.
Nos afectó primero en la forma de andar.
Estudiábamos quizá el último curso del bachillerato o la selectividad y aparcábamos los apuntes en un tiempo concreto de la noche, cuando el silencio nos rodeaba y la luz seguía encendida. Era un momento de máxima concentración cuando abríamos alguna de las novelas que nos habíamos intercambiado: Juntacadáveres, Los adioses. Las leíamos sin orden y sin atender a su fecha de publicación. El autor, supimos, estaba vivo y, al parecer, en Madrid, un lugar que nos resultaba más inaccesible que Santa María, porque nosotros visitábamos la ciudad de Onetti cada noche.