El arte del bumerán
Ernesto Pérez Zúñiga
Hay pocos libros que siempre vuelven: leerlos es la primera vez. La literatura de José Balza tiene esa rara virtud: está fraguada en el retorno de algo que resulta nuevo. Nos conecta con algo esencial que nos pertenecía pero que se aparece inesperado en el espejo.
Sucede en la nitidez de la escritura.
Sucede en la estructura de la historia.
Sucede en la ética de los personajes.
Sucede en la metafísica del universo que Balza nos propone.
De manera simultánea y armónica.
Sería como aterrizar en Venus y descubrir que estuvo habitada por una civilización más avanzada que la nuestra.
Esa es la sensación que uno recibe al leer novelas que José Balza escribió hace casi 50 años: Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar. O 40: Percusión.
Balza incluye a los que le precedieron (Cortázar, Kafka, Virgilio) pero también a los que le sucedemos. Es el arte del bumerán. Viaja al horizonte, que es futuro; y, al hacerse ya pasado, regresa al presente.
Las claves están en la anulación de la lógica temporal que propone su escritura y en la fabulación de nuevos esquemas mentales en los que florecen otras visiones del mundo.
Una libertad multiplicada en esas narraciones que Balza llama «ejercicios».
Una libertad que investiga a partir de las raíces de la literatura y de una atención extrema a las palabras necesarias de la naturaleza humana.
El bumerán regresa porque la caza es el lector.