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Jasper Johns (1930) y poesía de Frank O’Hara (1926-1966)

Cuaderno O´Hara

Ernesto Pérez Zúñiga

 

Alonso Quijano entrecierra mucho los ojos al conducir, debe ser casi ciego. Más viejo aún que su propio taxi, listo para el desguace. Envuelve la cabeza calva en un pañuelo rojo. Parece desconocer los caminos principales hacia Manhattan. Se aventura por un suburbio. Escoge una calle estrecha y, después de un centenar de metros, se arrepiente y da la vuelta. Cruzamos muy despacio ante rostros silenciosos que nos observan. Alonso Quijano baja la ventanilla, se le nota muy cómodo escuchando el blues de su emisora favorita. También a mí me gusta. Surcamos una carretera estrecha, junto a un puente en desuso. Espero el momento en que detendrá el auto para asesinarme, mientras escuchamos un poco más de buena música. Hay pocas opciones mejores en la vida.

 

Voy al New Yorker, donde me espera mi amigo Jonathan Blitzer. Las oficinas están en el One World Trade Center, el rascacielos más alto de la ciudad, construido sobre el cadáver de las Torres Gemelas, un símbolo del siglo XXI, la Freedom Tower, pero mi taxista es incapaz de encontrarlo. Se ofusca, me insulta. Pero a dónde crees que vas, maldito capullo, me dice. Que quieres de mí, malandrín, cantamañanas, follón, bellaco extranjero, dónde mierda pretendes que te lleve. Mientras tanto, el rascacielos nos mira desde su altura, allá donde nos movemos, muy abajo, centelleando en cada una de sus paredes de vidrio. Cuando al fin nos detenemos, le dejo a don Quijote una generosa propina. Se sorprende, por supuesto, porque yo le esté agradecido. No sabe que voy a escribir sobre él. Que es la literatura la que me inyecto, como gasolina de 98 octanos.

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