Dónde está la mujer de las piernas largas, la mujer alta con medias de hilo blanco, cortadas a la altura de las rodillas esqueléticas, de hombre. Hace tiempo que no la vemos en la calle Alcalá, con su peluca de rizos y su gafas de sol bajo una cofia de ama de llaves. Paseaba con su bolso blanco, de plástico brillante, y unos guantes  hasta el codo, como si nadie la mirara, y éramos todos. Con ellos hurgaba en las papeleras más abarrotadas, de donde sacaba pequeños desperdicios, comida u objetos, para guardarlos, largirucha y aristócrata, como si ni la mugre ni las miradas pudieran tocarla. Brillaban también sus botones nacarados, salvados un instante de la soledad y de la muerte, mientras, ya cargada de desperdicios, se alejaba hacia alguna madriguera con Diógenes, en plena calle Gran Vía, rodeada de tiendas glamurosas.

Desfilando, con su bolso fashion lleno de basura, coqueta.

Para mostrar que ella era una máscara de todos aquellos que la mirábamos de reojo, peatones normales que íbamos y veníamos de un consumo ordenado, clasificados en estantes de despegue y hangares de llegada, con prisa.

Dejábamos caer a nuestro paso, en el centro de cada papelera, envoltorios relucientes que ella recogía, clasificaba antes de cruzarse y perderse.

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