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Iñaki Martínez

Entrevista realizada por Ignacio del Valle a Ernesto Pérez Zúñiga y publicada originalmente en el diario El Comercio.

A los pies de la Alhambra se extiende Escarcha, el sobrenombre que el filólogo y escritor Ernesto Pérez Zúñiga (Madrid, 1971) le da a Granada, el lugar donde residen sus mitos, el sitio donde tuvo su educación sentimental. Brujas e íncubos infantiles, primeros amores, la impregnación de las lecturas, el romanticismo exacerbado de la adolescencia. Los personajes se pierden como única forma de hallarse, y siempre Lorca como fuente madre de toda poesía y tragedia. Este viernes, el autor presenta en Oviedo con el Aula de Cultura de EL COMERCIO, en la librería Cervantes (20 horas), su última novela, que precisamente se titula ‘Escarcha’. Y Manuel Montenegro Moncada, Monte, su protagonista, doppelgänger del escritor y filólogo, descubre la muerte, que es lo mismo que la vida, y con ella el amor, porque cuando nos muramos solo nos examinarán de amor. «Te llamarás Escarcha, ciudad, a partir de ahora. Hielo de noche, desierto de día».

-Su novela ‘Escarcha’ podría ser una ‘bildungsroman’, una obra de iniciación y aprendizaje: ritos, secretos, escarceos románticos…

-En realidad toda novela es un aprendizaje para quien la escribe. No sabemos realmente lo que vamos a escribir hasta que, después de dos o tres años o más, damos por cerrada la escritura de un libro. Por mucho que hayamos dibujado un mapa previo. En este sentido, solo al terminar la historia de Monte me di cuenta de que lo que quería contar con esta novela es la lucha en la que nos vemos todos, en cualquier etapa de la vida, pero especialmente en la adolescencia: ser lo que tú quieres ser o ser lo que los demás quieren que seas.

«En muchos casos, la política española sigue siendo una adolescente»

 

-¿Es el descubrimiento de la muerte un momento esencial en la vida de un niño? ¿Más que el amor?

-La conciencia de la muerte se descubre como un golpe. La del amor como algo, con suerte, que nos ha sido dado desde el principio en la figura de la madre. En este sentido, podemos decir que el amor es una buena madre. Y la muerte, en cambio, una madre no deseada. Las dos son inevitables. En cuanto despiertas a ellas, determinan el resto de tu vida para siempre.

-Se lee en la novela: «Los monstruos nacen de la tristeza».

-Los monstruos solo son capaces de atacar en nuestra debilidad. Del lodo de la tristeza de un niño, nacen los monstruos que quieren saciarse con él. Aquí, el gran monstruo es un profesor traidor, un abusador, que busca el punto débil de los inocentes para atacarlos. Como hacen los lobos con los corderos. Por eso, Monte llama a su profesor el íncubo, el vampiro.

-Existe una conexión con su anterior novela, ‘No cantaremos en tierra de extraños’, a través de las figuras antitéticas de los abuelos.

-Los aventureros de los años 40, que vivían como guerrilleros o maquis, son ahora exiliados que han regresado a casa. Sus hijos se han casado con las hijas de los vencedores, que se quedaron en España. Los nietos lo son de dos Españas antagónicas, y heredan una confusa reconciliación, que se vuelve puntiaguda en cuanto hay una copa de más, un golpe de estado, o unas elecciones… Eso es la España de la transición. Monte, el protagonista, no puede entender que sus dos abuelos, a los que quiere por igual, fuesen enemigos. Y, muchos años más tarde, se ve presionado para elegir, otra vez, por uno de los dos bandos. Aunque no nos damos cuenta, es un hecho de extrema violencia para un adolescente. Así nos hemos criado en este país.

-Y siempre Lorca, porque también es usted un poeta granadino. Dicen que Lorca y José Antonio se llevaban bien, y que la historia hubiera podido transcurrir de otra forma.

-Granada, que es una sinécdoque de España, presumió de poeta durante años mientras temía en silencio a sus asesinos (o, en el peor de los casos, los justificaba). Lo que hace cada uno es importantísimo, suma o resta a la historia completa. Si los que apostaron por la muerte, por llevar razón, hubieran apostado por la vida, cediendo parte de sus razones, la historia sería distinta. Y de hecho eso ocurre en la amistad todos los días.

-Toca un tema espinoso: un profesor que no solo destroza la pureza de sus alumnos, sino también la confianza.

-Y ese es el peor de los daños. Una persona sin confianza puede multiplicar su herida en sí mismo y en los demás hasta el día de su muerte. La responsabilidad de los que tienen el poder de influencia en los más jóvenes es radical. Su traición a un niño o a un adolescente es mucho más que un delito: es una guerra contra la posibilidad de ser feliz.

-¿También utilizaba los poemas para ligar, como el protagonista?

-Por supuesto. A los trece años. Siempre dedicados a mujeres imposibles. Por ejemplo, a las amigas de mi hermana, solo dos años mayores que yo, pero inalcanzables en aquella época. No salían conmigo, pero tampoco me devolvían los poemas.

-¿Hay un poeta para cada época o se puede retornar a ciertas fuentes?

-Solo hay un poeta: el que busca al otro lado y se trae algo al lado de acá. Con el tiempo, ese otro lado se va ampliando. Al igual que las fuentes. Pero hay algunas permanentes: Homero, San Juan de la Cruz o García Lorca, por ejemplo.

-Escarcha funciona también como un panóptico de la Transición, y quien habla de política, habla del ‘Penthouse’, el ‘Un, dos, tres’, la Bombi, el ‘Interviú’, Ana Obregón en su momento de gloria…

-Esta novela es un retrato de un tiempo en el que éramos de una forma determinada. Nuestra Democracia era adolescente, tanto como nosotros. Y la sociedad también. Porque todos nos guiábamos principalmente por emociones. Eso es algo profundamente adolescente. Como el ‘Penthouse’. Y como sigue siendo la política española en muchos casos.

-Hace referencia a los daimones que nos acompañan, un tema que también se trataba en otra novela suya: ‘La fuga del maestro Tartini’.

-Es un tema que me fascina. Esa parte inconsciente de nosotros mismos que nos avisa, nos corrige, nos impulsa y es capaz de matarnos si nos equivocamos. Platón lo llamaba el daimon, el encargado de que cumplamos nuestro destino, pese a quien le pese, incluido al interesado. La novela sobre Tartini estaba dedicada exclusivamente a este asunto. En ‘Escarcha’ es uno más de los temas que ayuda al protagonista a darse cuenta de que para ser él mismo tiene que dejar atrás buena parte de las identidades que ha heredado de su familia, de su país, de nuestra historia.

-Max Aub, tras el exilio, vuelve a España y no comprende nada, dice que les han borrado. Si somos exiliados de nuestro pasado, ¿podemos aún comprenderlo?

-Es el segundo homenaje que le hago a Aub. En la novela anterior aparecía en un campo de concentración francés en los años cuarenta, y en esta aparece fugazmente en la visita que hizo a España en 1969. Lo cuenta en su libro ‘La gallina ciega’: al regresar temporalmente del exilio, sintió que, para España, él y los demás exiliados no existían, como si no hubiesen nacido nunca, y que el país podía arreglarse perfectamente sin ellos. No solo habían perdido la guerra y un país donde vivir; también habían perdido la historia. La mayoría de los españoles la han perdido también cuando no son conscientes de la historia de los que desaparecieron. En efecto: somos exiliados de nuestro pasado cuando no lo comprendemos.

-¿Sigue usted fiel a la promesa que se hizo leyendo ‘El artista adolescente’ de James Joyce?

-«No serviré por más tiempo a aquello en que no creo. Y trataré de expresarme en vida y arte tan libremente como sea posible, tan plenamente como sea posible». Por los siglos de los siglos, amén.