Foto: Tomada por JEOSM para Zenda.
Publicado originalmente en El País Semanal.
Entre visitas al apartamento del profesor, el mismo que organizaba los campamentos de verano, fueron pasando los años. Nadie hizo nada. Solo él.
QUERIDO E IRRESPONSABLE colegio: hubiese querido escribirte para darte las gracias, más de 30 años después, pero necesito ser franco contigo. La verdad es como el agua subterránea, que trata de buscar un hueco para salir al exterior. Ese hueco lo ha abierto la novela que he publicado antes de dirigirte esta carta. Porque la escritura nos ayuda a ir señalando las máscaras con las que nos vamos protegiendo año a año. Ahora es el momento de dejar caer la tuya. Solo la caída de las apariencias —esas que te importaban tanto— nos permite aprender algo de valor.
Tenías la obligación de educarnos, y, sin duda, lo intentaste a tu modo, tratando de inculcarnos lo que tú considerabas valores ejemplares. Al mismo tiempo, contratabas a un pederasta en tu plantilla. Desde luego, era el más moderno de los profesores, la mayoría religiosos de tu congregación. Él no lo era. Habíamos cumplido 12 años. Y nos hablaba con altiva normalidad de algunos tabúes de entonces: la masturbación, por ejemplo, o el franquismo. Luego, después de clase, nos invitaba a tomar un refresco que, con el tiempo, se convirtió en una cerveza o un gin-tonic, ya en su casa, en formato de fiesta. Quizá te llegaban rumores al respecto. Seguir leyendo